10/10/2025 –, Auditorio Centrogeo
Soy investigadora con 12 años de trayectoria y elaboré mi primer artículo con sustentado con IA. Usé 16 plataformas para integrar bibliografía, procesar 200,000 hojas de información y proponer reflexiones. Aprendí sobre derechos de autor, límites y oportunidades de la IA, y desigualdades académicas, reafirmando: la ciencia es arte.
Tras doce años de experiencia como investigadora, he concluido y sometido mi primer artículo en el que la inteligencia artificial no fue un recurso marginal, sino un pilar fundamental. El proceso comenzó con una pregunta de investigación bien delimitada por mí, que dio origen a la construcción del estado del arte. Para esta etapa recurrí a múltiples fuentes: desde las plataformas más utilizadas como Google Scholar, hasta recursos más especializados como Elsevier AI y el conector Academic Rabbit. A ello sumé la riqueza de repositorios de acceso abierto, especialmente SciELO, y el acompañamiento invaluable del sistema bibliotecario de ECOSUR, donde la experiencia de Lorena Reyes resultó crucial para localizar documentos en sitios insospechados y altamente relevantes.
La siguiente fase implicó un reto mayor: revisar un corpus compuesto por más de 200,000 páginas de informes anuales del gobierno de Tabasco, que abarcan de 1950 a 2018. Con el apoyo de ChatGPT y una serie de indicaciones (promps) cuidadosamente diseñadas, logré identificar cambios significativos en la forma de nombrar y representar las infraestructuras de comunicación en la región. Fue así que descubrí la transición de términos como "crecidas" y "carreteras" hacia expresiones como "inundaciones" y "bordos", lo que me permitió construir una línea temporal del discurso gubernamental y, además, mapear territorialmente cómo se consolidaron estas obras en el espacio geográfico.
Para articular los hallazgos utilicé herramientas adicionales: con Notebook estructuré los elementos centrales del análisis, mientras que Napkin AI me permitió diseñar esquemas visuales que dieron mayor claridad a la argumentación. La escritura del manuscrito también estuvo acompañada por la IA: si bien la función de contar palabras de ChatGPT resultó poco confiable, fue muy eficaz para traducir resúmenes, proponer títulos y verificar la bibliografía. En total, interactué con dieciséis plataformas distintas, desde procesadores de texto convencionales hasta sistemas especializados en publicación académica.
El uso intensivo de estas herramientas me dejó aprendizajes valiosos. En primer lugar, confirmé que la gestión de los derechos de autor constituye un terreno aún frágil que demanda responsabilidad activa de quienes investigamos y las plataformas. En segundo lugar, constaté que las limitaciones de comprensión lectora que presenta la IA no son muy diferentes a las que enfrentamos los propios humanos, lo cual abre un campo de mejora y reflexión crítica. Finalmente, advertí una brecha de desigualdad: mientras colegas de países del norte global cuentan con recursos más robustos, mi experiencia demuestra que desde contextos menos favorecidos es posible avanzar, aunque con mayores esfuerzos y resistencias, sobre todo cuando se percibe el uso de IA como una práctica sospechosa o poco legítima.
Investigadora del grupo academico de Género, ingeniera industrial de formación y hoy investigadora del trabajo en el sureste de Mexico.